Cabildo

Dicen que hay lugares en Sevilla que no se buscan: te encuentran ellos a ti. Te llaman sin que lo sepas, en una esquina de sombra, en un eco suave entre piedra y luz. La Plaza del Cabildo es uno de esos lugares. Escondida entre la majestuosidad de la Catedral y el bullicio dorado de la Avenida, te encuentras con un rincón único y especial. 

Rodeada de columnas blancas y arcos de medio punto, la plaza se abre como un suspiro. Hay algo casi sagrado en su simetría silenciosa, en los frescos que decoran sus muros curvos, en la fuente invisible cuyo rumor parece brotar de las entrañas de la piedra. Allí el tiempo no pasa: se posa.

De esa calma elegante y esa belleza inadvertida nace Cabildo, una fragancia que no se impone, se descubre. Como ese rincón secreto que solo se muestra a quien camina sin prisa.

Cabildo está hecha de detalles: de la frescura luminosa del azahar y la bergamota; de la lavanda, que calma y envuelve; del enebro, sobrio y sereno; y del cedro, profundo y noble, como los muros que guardan siglos de historia.

Cada nota es una columna, un reflejo, una brisa. Cada acorde guarda el eco de un lugar que parece existir fuera del tiempo.

Cabildo es un perfume íntimo, para quienes saben detenerse, observar y sentir. Un homenaje a esa Sevilla que no alza la voz, pero permanece.